El próximo 13 de septiembre se festejará un nuevo día del bibliotecario, fecha designada como tal en relación con la aparición de la noticia en el diario La Gaceta de Bs. Aires de la creación en el país de la primera Biblioteca Nacional.
Un colega me pidió que sería interesante aprovechar la cercanía a la fecha mencionada para plasmar con palabras alguna reflexión acerca de la profesión. En menudo brete me he metido… ¿Qué es ser bibliotecaria? ¿Qué puedo agregar desde mi humilde lugar en este planeta a todo lo que se ha dicho y escrito sobre semejante quehacer? Soy bibliotecaria desde mediados del ‘85 y profesional desde el 2001; hago la aclaración porque muchos son bibliotecarios sin tener la chapa (aunque mucho se discuta aún sobre el tema), aquellos que laburan día a día en forma seria, tratando de ser mediadores entre la información y los lectores.
Desde ese primer día de agosto que me paré frente a una estantería llena de libros en una Biblioteca Universitaria en Trelew, hasta esta fecha, he recorrido un largo camino, muchacha; momentos pasmosos cuando piden algo desconcertante ("…¿Me podes dar información sobre la cromatografía líquida de alta presión…?", o algo inalcanzable (…"¿Tendrías algún diario de la época.. de la época de principios de siglo XX?"), ser un émulo de Harry Potter en las artes adivinatorias: ("…Me podrías alcanzar ese libro de tapas verdes que llevé hace tres meses..") o algo totalmente irrisorio: ("…Me dijeron que leyera "a vuelo de pájaro", pero no encuentro ese título.."). Y muchos momentos de cierta plenitud, cuando algún lector nos pide algo específico y allá, en el último y polvoriento estante, aparece esa mágica obra que resuelve todas las incógnitas del Universo. Si, ya sé que es una exageración lo que acabo de decir, pero algo similar sentimos los bibliotecarios cuando un lector se marcha compensado en su búsqueda del saber; es una sensación de cierto bálsamo reparador, el saber que la tarea fue cumplida cabalmente.
Y a pesar que muchas veces renegamos de las distintas situaciones que atravesamos, como la falta de financiamiento o presupuesto que se asigne a las distintas Bibliotecas, ya sean públicas, universitarias, escolares, etc. etc. (suceso que se repite en todos los rincones del país), la falta de capacitación, el descrédito profesional: ("¿Tuviste que estudiar para acomodar un libro en el estante..?"), el sentirnos el último orejón del tarro, nunca dejamos de sentir esa pequeña llamita en nuestro interior cuando damos un buen servicio de información.
Los Les Luthiers tienen una frase maravillosa: "No hace falta saber de todo, sólo hay que tener el teléfono del que sabe". Menuda tarea la del bibliotecario, que termina convertido en el aparato telefónico que siempre, siempre contesta.
Claudia M. Asorey
Eterna Bibliotecaria